En el pasado, la sociedad dio por sentado a la ciencia; hoy, en plena era de la posverdad, resulta evidente que su desarrollo y promoción requieren un esfuerzo deliberado. Este texto invita a reflexionar críticamente sobre la función de la ciencia y a reconocer actividades esenciales (con frecuencia invisibles) que sostienen su ecosistema.
Propongo revisar el quehacer científico que da forma concreta a la idea, en apariencia abstracta, de ciencia. En efecto, la Enciclopedia Británica (1998), por ejemplo, define a la ciencia como “sistema de conocimiento que se ocupa del mundo físico y sus fenómenos, y que implica observaciones objetivas y experimentación sistemática”. Esta definición, aunque aparentemente sencilla, oculta detalles cruciales (como los metodológicos) que permiten materializarla. Sin embargo, el punto clave de tal definición es precisamente su centro: la ciencia como sistema de conocimiento.
Entender a la ciencia como sistema significa que no basta con acumular conocimientos: se requiere un entramado de actividades, reglas y prácticas que le den coherencia. Una sociedad no hace ciencia solo generando datos nuevos, sino también al organizar, usar y valorizar ese conocimiento
De aquí surge la premisa central: el progreso científico depende de múltiples actividades interconectadas, no solo de la investigación. Enseñar, comunicar, evaluar, difundir y aplicar el conocimiento también son parte esencial del quehacer científico y del ecosistema que lo sostiene.
Reducir la ciencia solo a la investigación empobrece su sentido y limita su impacto social. La ciencia es también enseñanza, comunicación y aplicación, actividades que la vuelven significativa para la sociedad. Construir un ecosistema científico sólido es un reto social y complejo. Aquí propongo algunas ideas sobre cómo fortalecerlo.
En primer lugar, notemos que las actividades que constituyen el quehacer científico son diversas y, por lo tanto, prácticamente irrealizables por un solo individuo. Este es un caso más de división del trabajo. Si nos permitimos la analogía del quehacer científico con la producción de bienes y servicios (con sus debidas proporciones guardadas), podemos hablar de la “cadena de valor” de la ciencia, en la que se entrelazan no necesariamente de forma lineal las diferentes actividades que permiten que la producción del conocimiento se torne en progreso para la sociedad. Por ejemplo, la transferencia de tecnología, el asesoramiento científico gubernamental o la divulgación científica.
Si bien se pudiera considerar a la investigación científica como el inicio de la cadena de valor, sin la movilización del conocimiento hacia distintos ámbitos para su aprovechamiento, no se lograría la entrega de valor a la sociedad. Por lo tanto, dicha movilización y aprovechamiento requieren una dedicación exclusiva de personas abocadas a cada una de las actividades relevantes.
Esto nos lleva a una segunda observación: la valorización del conocimiento exige especialización profesional. No basta con asignar estas tareas como 'extras'; requieren formación, recursos y reconocimiento institucional. En efecto, la organización Science Council (2020) del Reino Unido ha identificado diez formas de ejercer el quehacer científico: empresarial, comunicador, desarrollador, emprendedor, explorador, investigador, político, regulador, docente y técnico. Una revisión de esas actividades permite no sólo reconocer su aportación a la valorización del conocimiento, sino también la importancia de profesionalizar a quienes las realizan para potenciar la entrega de valor. Esto exige no solo reconocer institucionalmente dichas funciones, sino también desarrollar programas específicos de formación, captación y retención profesional, así como mecanismos de evaluación y promoción.
Tras revisar la experiencia internacional, reconocemos que México no sería pionero en la materia. Países con sistemas científicos, tecnológicos y de innovación considerados más avanzados lo son en gran parte debido a dichas capacidades. Al mismo tiempo, frente a la historia reciente, cabe advertir que naciones cuyos ambientes de valorización de la ciencia son robustos, han sufrido ataques certeros precisamente en puntos críticos de sus ecosistemas. No obstante, el hecho de que los ecosistemas más avanzados sean susceptibles de retrocesos no debería desincentivarnos a buscar mecanismos para una valorización más efectiva de la ciencia; incluso a partir de las lecciones positivas y negativas de aquellos a la vanguardia. La cuestión no es qué se hizo mal, sino qué se puede mejorar en nuestro país.
Entonces, a la luz de las posibilidades que implica promover tales capacidades sobre el avance de la ciencia, su aprovechamiento y el bienestar social, es importante preguntarnos:
¿Por qué si México cuenta con un sistema nacional de personas investigadoras, no cuenta con un sistema nacional de personas dedicadas a la valorización del conocimiento científico mediante educación de la ciencia, transferencia de tecnología, asesoramiento científico gubernamental o creación de empresas de base tecnológica, entre otras?
¿La función social del conocimiento es meramente enciclopédica o, como lo ha mostrado la historia económica del mundo, es motor del progreso de las naciones?
¿Los mecanismos que permiten que ese conocimiento se torne en bienestar son fortuitos e indignos de preocupación social o más bien toman formas concretas susceptibles de acción institucional?
Estos planteamientos tienen la finalidad de cuestionar las convicciones modernas del ecosistema científico mexicano ante el reto ineludible de responder a la sociedad a la que se debe. Este ensayo ha buscado, ante todo, trazar metas generales y suscitar preguntas clave. El desarrollo detallado de propuestas concretas para su implementación rebasa su alcance inmediato, pero abre la puerta a futuras contribuciones. Siendo este el arranque de un ejercicio de reflexión, no me queda más que invitarles, estimados lectores, no sólo a mantenerse al pendiente de las contribuciones venideras, pero también a presentar las suyas. Estoy convencido de que nos ha reunido aquí el bienestar general a través del avance de la ciencia.
Referencias:
Los Editores de la Enciclopedia Británica (20 de julio de 1998). Science. Enciclopedia Británica. Recuperado el 27 de junio de 2025 de https://www.britannica.com/science/science.
Science Council. (2015). 10 types of scientist. Science Council. Recuperado el 27 de junio de 2025 de https://sciencecouncil.org/about-science/10-types-of-scientist/
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